En clase seguimos avanzando en la definición de ese concepto que es fundamento de nuestra asignatura, la libertad, sin la cual, toda la reflexión que pudiera hacerse desde la ética estaría viciada. No es posible una reflexión ética si no partimos de la libertad de los individuos. No insisto más porque ya lo vemos repetidamente en clase.
Lo que vamos avanzando señala, primero, que la libertad es la capacidad de elegir. Por ello, libertad y responsabilidad van intimamente unidas. Somos libre en la medida en que somo capaces (-ables) de responder (responsus, latín) a la pregunta sobre el porqué de nuestros actos. Por eso, lo más fácil, como afirma Savater en el texto que comentamos, es huir de esa responsabilidad escudándonos en lo irresistible del mundo que nos rodea: la culpa siempre es de los otros, nosotros sólo somos víctimas.
Y, aunque es cierto que no somos responsables del origen de nuestra existencia, el ámbito de la fatalidad que señalaba Ortega y Gasset en el siguiente texto, pues no podemos escoger dónde y cuándo nacemos, nuestro color de pelo o la famila a la que pertenecemos,... esas circunstancias solo marcan nuestro punto de partida. El punto de llegada, aquello que queremos ser, sí es el ámbito de nuestra libertad.
Aparece el último elemento, hasta ahora, de nuestra definición de libertad: la pregunta por el para qué, el PROYECTO, que es lo que nos permite ejercer nuestra auténtica libertad.
El siguiente paso, lo damos con Sartre. Pero eso ya lo veremos...
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